El jueves pasado no pude resistirme a fotografiar el atardecer que os muestro hoy, llevaba mucho tiempo sin fotografiar ninguno, así que era el momento de añadir uno más a la colección. Lo cierto es que no fue algo planificado ni mucho menos, pero justo ese día el cielo invitaba a parar el tiempo por unos minutos y quedarse viendo el espectáculo. En mi caso ese tiempo eran los apenas cinco minutos que tenía antes de empezar la clase, el tiempo justo para sacar la cámara y desplazarme lo necesario para encontrar un horizonte que tuviera algún interés, vamos, para andar 50 metros de donde había aparcado.

No es la mejor foto de una puesta de sol, pero tampoco era el atardecer más bonito que he visto, ni por el lugar, ni por el cielo ni mucho menos por la compañía (la relación con mi cámara es buena, nos queremos y eso, pero ella sabe que es «la otra»), pero aún así había algo en esa puesta de sol que me va a hacer recordarla y ha hecho que hoy este compartiendo esta foto contigo. Ese algo era una sensación nueva en mí, era la sensación de que por una vez me había encontrado con una de esas situaciones que te piden a gritos hacer una foto y tenía la cámara a mano. Seguro que sabes a lo que me refiero, y si no es así seguro que conoces la otra, la de nunca tener la cámara a mano cuando el azar te guía hasta una foto que no tienes con qué inmortalizar. Y no es que no me gusten las fotos que hago cuando tienes ya pensado que vas a hacer alguna foto, pero ésa que el destino pone delante de ti y casualmente tienes tu cámara cerca para poder capturarla tiene un sabor especial. Sobre todo cuando normalmente la sensación es la de «y yo con estos pelos…«, o mejor dicho, » y yo sin la cámara…»

  • Apertura: F8
  • Velocidad de obturación: 1/60 s
  • ISO: 100

 

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