El horizonte teñido de rojo comenzaba a apagarse. El día llegaba a su fin y era el turno de que el cielo se oscureciera. Tímidamente las estrellas empezaron a dejarse ver, ajenas a los ojos que anhelaban su presencia. Segundo a segundo más y más estrellas aparecían para intentar iluminar el cielo. El espectáculo había comenzado. Pero iba a tener que terminar antes de tiempo. Las nubes, celosas de las miradas que sólo se fijaban en el brillo de las estrellas, comenzaron a cubrir el cielo para intentar atraer esas miradas. Miradas que cambiaron de rumbo, pasando a mirar al suelo para seguir el camino que les llevase de vuelta a casa.